Este Blog iba a ser sobre mi pánico por las figuras de las vírgenes y santos. (estará en los próximos, lo prometo), pero hoy me ha sucedido algo importante que merece ser mencionado. Así que como me he comprometido contigo y conmigo misma a escribir desde el corazón y compartir también mi propio crecimiento personal, es hora de compartir cómo mis dones y el mundo espiritual, además de ser una fuente de acontecimientos paranormales, puede ser una fuente de sanación.

Debo mencionar que todo mi sistema de creencias está tomando un giro nuevamente, y que mi constante búsqueda en el mundo espiritual está motivada no solo por cantidades ingentes de curiosidad, también por un profundo dolor que he sentido siempre en el centro de mi pecho, un hueco que alguna vez he mencionado físicamente doloroso y amargo, del que suelen salir varias emociones como la rabia, la soledad, la tristeza y muchas otras nada agradables.

He obtenido diversas respuestas a lo largo de mi camino que me han ayudado a sanar ese vacío y ese dolor que fue causado por terceros y aunque ahora vivo libre del dolor casi todo el tiempo, a veces aparece por recuerdos o circunstancias, sobre todo cuando soy yo quien se hace daño, aún estoy en el camino de encontrarme y perdonarme a mí, de amarme como nadie ha sabido y como solo yo sé que soy capaz de amar. Y aunque el autoconocimiento es un viaje sin final, el amor propio debe ser siempre una de las materias principales en ese descubrir de lo que somos.

Esta semana fue mi cumpleaños, y de regalo mamá me envió un libro sobre los “registros akashicos”, un libro que por cierto me ha ilustrado bastante bien, aunque en su propio lenguaje lo que he venido experimentando los últimos meses. Entraré en esta materia en profundidad cuando la tenga más clara para expresar. Pero voy a lo que nos atañe hoy:

Estaba poniendo aceite en mi pelo frente al tocador mientras organizaba las cosas y cosméticos que tenía encima para hacer espacio a un marco con una foto en la que salimos mi papa oruga y yo. Otro regalo de cumpleaños de unos amigos con los que convivo. Me quedé mirándola un momento y pensé “¿estás segura de que quieres ver esa foto todo el tiempo?” también pensé “que fácil es superar una ausencia cuando no tienes un recordatorio constante”, la miré un rato más y noté una espinita de dolor en esa zona del pecho que reconozco como la zona cero del desastre. No estoy segura si fue el libro, o la vela que tenía encendida, grabada con la palabra libertad, pero lancé una pregunta al aire “si ya sané lo que tenía pendiente con papa oruga ¿por qué me duele? ¿qué falta?

Seguí organizando y limpiando, no sé si estaba pensando en algo o solo estaba en modo automático, no sé qué lo detonó, pero apareció en mi mente un recuerdo de minutos o segundos después de haber tomado esa foto. Hacía mucho tiempo que no veía a mi papá, estábamos en un parque tomando fotos riendo con sus historias, el hacía caras y me abrazaba para las fotos, y en una de ellas me dijo “¿tu serías capaz de darme un piquito en la boca?”, y mi boca dijo sí, pero mi mente gritaba no!

No es mi intención lanzar un juicio sobre mi papá oruga o debatir o cuestionar la inocencia de su petición, tampoco quiero juzgar a quienes tienen ese tipo de trato, sé que hay familias en las que darse un beso en la boca entre padres e hijos no tiene la menor importancia y está tomado y aceptado con naturalidad. Pero en mi caso, yo no tenía esa clase de relación con mi padre, él era un misterio para mí, un misterio que amaba, pero era lejano y nada íntimo.

Puede que mi necesidad de sentirme amada y aceptada por mi progenitor fuera más grande que mi propio amor, fuera cual fuera el motivo, mi mente enterró esa sensación violenta de invasión a mi intimidad, esa sensación de pérdida de mi poder de decisión a cambio de unas migajas de amor paterno.

Cabe aclarar en este punto que mi papa oruga nunca tuvo acercamientos de carácter sexual conmigo ni el maltrato al que me sometió de niña tenía nada que ver con ello. Pero, aun así, yo no quería hacerlo y no reaccioné, vi al amigo que tomaba la foto reaccionar como si fuera algo natural y me comporté como si me lo pareciera, aunque por dentro estaba gritando, ¡No!

Al recordarlo y darme cuenta de lo poco que he hecho para protegerme, sentí unas enormes ganas de llorar, pero mis lagrimas no caían. Cogí mi teléfono y envié una nota de voz a una amiga de confianza contándole ese recuerdo y esa sensación. Sentí que el universo ponía las cartas sobre la mesa y me daba respuesta a mis preguntas. Cuando terminé de hablar salieron un par de lágrimas y luego llego otro recuerdo y luego otro y otro y otro, todos ellos de momentos en los que generalmente pero no exclusivamente, hombres tomaban la decisión de invadir mi espacio personal o tomaban decisiones por mí, otorgándoles yo el poder sobre mi vida con mi falta de reacción. De pronto me di cuenta que el amor propio no solo es cuidarse, mimarse y sanarse; sino también acoger la libertad con todo el miedo que pueda dar y decir ¡no quiero ceder ni un minuto más, ni un centímetro más, ni una vez más! No quiero volver a callar mi voz interna, no quiero vivir con miedo de no ser aceptada.

Entiendo que para quitar esa espinita de mi pecho no solo debo perdonar cualquier escenario donde ocurrieron esos hechos, no solo tengo que perdonarme por permitirlo, tengo que tomar las decisiones que me lleven a ser la persona que quiero ser para mí misma, debo renunciar sin miedo o con él, a cualquier relación en la que me sienta obligada a actuar en contra de mi voz interior. Y me aterra, pero ahora sé cuál es el siguiente peldaño para trabajar en este camino de sentirme libre como mujer y como persona, de no satisfacer los caprichos de los demás para hacerlos felices por encima de mi felicidad o de mi integridad.

Ahora reflexiono y recuerdo que hace unas tres semanas, tuve una terrible lumbalgia que se complicó mucho por un estado depresivo, cuando no podía aguantar el dolor decidí ir a urgencias, busqué ayuda pero no tenía a nadie que me acompañara a llegar allí, así que tomé coraje, me puse una chaqueta y salí caminando, todo el camino sin poder erguirme, paso a paso, con un dolor intenso que aumentaba con cada metro que avanzaba, lloré todo el camino. Cuando sentía que no lo lograría, paraba, me apoyaba en cualquier pared y me decía en un tono audible “ya queda poco”, “puedes hacerlo”, y aunque creía que no, pude. Llegué hecha un mar de lágrimas por encima de la mascarilla, sin aliento y doblada por la mitad con el dolor en mi pecho tan grande como el de mi espalda. Me atendieron rápidamente y con gran calidez, cosa que agradezco profundamente ya que estaba pasando por uno de esos momentos vulnerables donde cualquier gesto de amabilidad puede hacer la diferencia. En ese instante me sentía muy sola, tenía miedo de acabar siendo la tía loca de los gatos. Pero hoy lo recuerdo y siento un profundo sentimiento de satisfacción y de poder.

Porque sé que aunque tenga que renunciar a cada una de las relaciones de mi vida para conseguir consonancia con mi voz interna, con lo que siento y lo que pienso, aunque tenga miedo de estar sola, siempre estará conmigo la mujer que se levantó y se dijo a sí misma que ella tenía el poder, aunque se sintiera sola y derrotada, llego a urgencias caminando sola en un día de lluvia y se hizo cargo de la situación.

Puedo ser mi propia salvadora, y aunque es lindo contar con el cariño de las personas, soy consciente de que mi compañía debe ser y será suficiente para solventar mis necesidades de afecto y amor.

Tal vez no sepa muchas cosas, pero si sé lo que soy capaz de sacrificar por otros, sé lo que es querer lo mejor para alguien, aunque esté lejos, sé lo que es amar sin pedir nada a cambio. Si algo tengo claro, es que el amor es algo que se me da naturalmente muy bien, solo que ahora decido amarme a mí por encima de todo lo demás. No quiero decir que dejaré de amar al prójimo, quiero decir que ahora estoy segura de que puedo amarme mejor y puedo hacer todo ese esfuerzo por y para mí. Que mi amor por los demás no quede manchado por tomar decisiones que pasen por encima de mis principios y mi amor propio. A fin de cuentas, elegí el amor como único camino, y la única persona que estará allí para levantarme siempre seré yo misma.

Y tú, ¿te has preguntado alguna vez que sería de ti si obedecieras a esa voz interna a la que ignoras?

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4 Responses

  1. Como anillo al dedo, justo estoy pasando por el mismo procesoy me siento identificada con muchas de las situaciones qie describes aquí. Te mando un abrazo grande

  2. Este post me hace reflexionar mucho sobre algo q es tan simple pero difícil de aplicar, y es como puedo dar amor si en ocasiones no me lo doy a mí? Eres valiente, mucha admiración! 😘😍

  3. Danny cada experiencia tuya es una enseñanza muy intensa y profunda para quien te lee, tienes muchos más dones de los que te reconoces, esa capacidad de expresión además de la transparencia en ciertos aspectos de tu vida que para muchas personas podrían ser temas de esconder, pero gracias a que tu te abres con una generosidad sin igual, dejas huella e imput para que muchos tengamos el coraje de afrontar nuestros propios fantasmas, gracias 🙏🏻😘

    • Realmente es cierto lo que dices muchas veces es difícil sanar y sacar esas cosas que alguna vez dolieron, cuando creemos que ya sanamos vuelve esa sensación.. muchas veces faltamos a nuestro amor propio por complacer a los demás.

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