Algo hermoso de tener una familia multicultural y haber vivido en dos continentes, es que conoces gente de todo el mundo y aunque puedo contar los que considero realmente amigos con los dedos de una mano, tengo facilidad para conectar mis emociones con los distintos caracteres de la gente.

Por otro lado, en la última década se ha dejado ver la violencia, atentados y terrorismo sin discriminación geográfica. Así que, durante algún tiempo, cada vez que
ocurría alguno de estos infortunios hacía una pequeña
reunión de amigos, poníamos velas blancas por montones y
meditábamos, alguno decía algunas palabras y tratábamos
de ayudar a esas almas a encontrar la luz.

Corría el año 2015; en un par de estas reuniones quise que la gente invitara a sus amigos y hacer un evento un poco más grande y menos íntimo.

Un día hubo una masacre en Beirut, de donde es gran parte de mi familia materna. Los días anteriores había sentido náuseas, tristeza y soñaba con cuchillos afilándose. A mis familiares no les pasó nada, pero igualmente me sentí conectada con la tragedia y con el dolor de lo ocurrido. Esa fue una de las veces que intenté abrir al público mi reunión. Uno de mis amigos llevó como invitado, un hombre que en Colombia es conocido por sus prácticas de brujería y por rendir culto al demonio, quien él cree que es su padre. No tengo autorización para divulgar su nombre y tampoco deseo hacerle publicidad, por lo que le llamaremos “el Anti”

Yo no lo conocía, llevaba consigo una sombra mucho más grande que él, que cubría su espalda y sobresalía hacia arriba hasta fundirse con el techo. Habíamos comenzado a prender las velitas en una tabla, encima de una gran mesa ovalada; llegó al encuentro un grupo de unas doce personas. Mi amigo hizo señas para que me acercara y presentarme al Anti; a medida que me iba acercando, mis ojos se llenaban de lágrimas, no sabía por qué, pero sentía muchas ganas de llorar y retroceder. Extendí mi mano para estrechar la suya y él dio un paso atrás poniendo ambas manos detrás.

— Yo no quiero conocerte. —Dijo con un tono de voz suave
como si pretendiera que nadie más lo escuchara.

Miré a mi amigo confundida, quien me dio un abrazo, creo que sin saber qué responder ante esa incomoda situación.

Volví a mi lugar y me concentré en lo que había venido hacer. Durante el ritual, de vez en cuando alzaba la vista. El anti estaba algo separado de la gente y de la mesa, justo en frente de mí; su mirada penetrante parecía atravesarme llena de odio.

Antes de terminar, debía cerrar la sesión agradeciendo, pero me sentía intimidada. Así que simplemente cerramos la sesión con unas bonitas palabras de uno de los invitados.

Cuando acabamos de recoger decidimos ir todos juntos a comer algo. Mi amigo y el Anti para mi sorpresa decidieron ir también.

Cogimos unas mesas del restaurante de comida rápida elegido y las juntamos para estar todos juntos, el Anti se sentó al lado opuesto al que yo decidí sentarme.

El grupo se dividió en dos o tres con distintas conversaciones durante la velada. En mi grupo se empezó a comentar quién era el Anti; uno de ellos reveló a qué se dedicaba y que era un hombre muy conocido, con una fama retorcida y cruel. Entre cuchicheos e historias mi silencio se hizo notar.

— Que pasa Danny ¿muy asustada o qué? —Dijo entre
risas uno de mis conocidos.
— El no quiso conocerme, ni siquiera darme la mano.
—Respondí pensativa.
— ¿Te molestó eso?
— Fue incomodo, ahora escucho todo lo que
cuentan y hace que me pregunte ¿Por qué se puso así?
— Mejor cambiemos de tema. Concluyó poniéndose
derecho en su silla.

Soy una persona curiosa, quería saber qué pasaba,
le pedí a un conocido que estaba situado en la mitad que me
cambiara el lugar. Una vez sentada allí, podía escuchar las
conversaciones del grupito donde estaba el Anti. Él alardeaba de todo el dinero que tenía. Las personas a su alrededor estaban haciendo preguntas, interesadas por este sujeto. Tras unos minutos de conversación, llegó a contar que ganaba muchos cientos de millones de pesos colombianos al mes y que el 80% de sus ganancias provenía de iglesias cristianas. Mi corazón comenzó a latir tan fuerte que lo sentía en mi garganta, no pude evitar mirarlo directamente, me devolvió la mirada y siguió hablando con una sonrisa.

Contaba que muchos pastores acudían a él pagándole para manipular almas atormentadas y espíritus demoníacos que entrarían en la gente cuando ellos dijeran palabras clave durante el culto. Y al ser liberados por los propios pastores que mandaban a esas entidades a entrar en los cuerpos, las personas sentían alivio y hasta éxtasis después de la opresión de tener estos seres. También contó cómo se movían estas entidades durante las oraciones de liberación y muchos otros detalles con los que yo estaba plenamente familiarizada.

Quise hablar y preguntar más, pero no podía pronunciar palabra, me sentía aterrada.

Todos los de ese lado de la mesa le escuchaban atentamente, mientras contaba alegremente sus historias de amarres, rituales de todo tipo, sacrificios etc.

De repente y sin esperarlo, me miró fijamente y guardó silencio un instante ante la atenta mirada de todos. Luego, con un tono desagradable me dijo.

— Tu y yo nacimos en la oscuridad, pero somos hijos de
distintas naturalezas. Tú quieres dar tu vida para liberar
almas y yo vivo de esclavizarlas. Sin ofender, eres débil,
pobre y demasiado dulce para esta batalla. ¡Yo vivo
como un rey, mis joyas son reales! —decía mientras
hacía sonar sus cadenas de oro y plata que llevaba colgadas al cuello— Dime princesita de la luz de las
velas. ¿Dónde está tu recompensa? Luego de un
segundo o dos de silencio estalló en risas.

Me levanté de la mesa y empecé a despedirme de todos sin dar espacio a ninguna otra conversación.

El camino a casa en Transmilenio se me hizo eterno. No paraba de pensar en todas las cosas que había dicho el Anti y que yo sabía que existían. Me dolía sentir que en algunos aspectos él tenía razón. Vivía en la casa de un amigo, no tenía el apoyo de mi familia, no tenía un sueldo digno, ni sentía retribución monetaria por todo lo que hacía. El hueco que sentía en la boca del estómago se hacía más grande cada segundo.

Llegué a casa llorando y sin poder parar me dispuse a meterme en la cama. Quería contarle al amigo con quien
vivía, pero era otra de esas veces que sentía que nada de lo
que saliera de mi boca iba a tener sentido para él, que era un
hombre muy racional y escéptico.

Una vez metida en la cama, al cerrar mis ojos, una voz me sacudió.

¡No estás sola!

Reconocí de inmediato la voz del hombre de mi primer encuentro consciente. Y así como aquel día, abrí mis ojos y lo vi de pie al lado de mi cama con una gran sonrisa. En unos segundos se desvaneció dejándome en calma y llena de amor.


Tags:

3 Responses

Responder a David Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Últimos comentarios