Según los griegos, la catarsis es una experiencia que purifica las emociones humanas. Usamos esta palabra para describir momentos trascendentes que transforman nuestro sentir y a veces también, cómo vemos la vida.

Como siempre, hago mis advertencias antes de escribir sobre algo que puede generar polémica, en este blog se habla de mí verdad y mis experiencias, no se trata de una invitación al consumo de ninguna sustancia, y tú, curioso amigo lector eres responsable de tus actos y sus consecuencias.

Dicho esto, voy a revelar qué ha pasado conmigo los últimos dos años, empezando por remontarnos al inicio de esta exploración.

En mi búsqueda de trascender las emociones y las pasiones, y al ser insuficiente mi disciplina de meditación para aliviar el gran vacío que supone no pertenecer a nada, hace años comencé a buscar en los distintos lugares en los que por medio de rituales y sustancias se provoca esa famosa catarsis. 

La primera vez fue a un par de horas de Bogotá hace unos ocho años aproximadamente, una conocida me invitó a una toma de yagé. Acepté un poco temerosa, pero con ganas de vivir una experiencia trascendental. Al llegar no estaba nada cómoda, el lugar y su pobre higiene me hacían sentir que no era el momento. Antes de que se completara la asistencia, mi amiga me presentó al Taita encargado de repartir la medicina y dirigir la toma. Ella le explicó sus experiencias en mis terapias de hipnosis y mi visión sobre la energía y las almas, también mi necesidad de seguir avanzando en el mundo espiritual y aliviar la angustia que produce el desarraigo. El hombre escuchó con atención y preguntó:

 —¿así que crees que el problema son tus emociones? -luego se echó a reír mientras tomaba un tabaco enorme. 

No respondí, no sabía qué decir, solo me quedé mirando cómo encendía lo que parecía un puro grueso hecho artesanalmente. 

Comenzó a soplar el humo a mi alrededor, seguido de sonidos guturales y cánticos incomprensibles. Para mí todo era extraño, no sabía cómo comportarme, como tampoco sabía qué estaba pasando. Soy una persona llena de palabras, puedo hablar horas sin parar, pero esta fue la primera vez que sentí que no había nada que pudiera salir de mi boca. Tras varios minutos entre el humo sus extraños ruidos y mi silencio, por fin el Taita sonrió. Me miró amablemente y me dijo que me desaconsejaba totalmente el consumo de la medicina. Me explicó en sus palabras que estaba buscando en el lugar equivocado, que la gente suele ingerir la medicina para entrar en contacto con todo lo que yo ya experimento en mi vida diaria y que él no sabía qué efecto podría tener en mí, tampoco quería hacerse responsable de ello. Me invitó a quedarme en la ceremonia para sentir y percibir o tal vez acompañar silenciosamente el proceso de mi amiga, pero sin tomar la medicina. 

Así lo hice, me senté donde él me asignó, en un círculo lleno de personas dispuestas a vivir algo mágico y simplemente observé la ceremonia sin decir ni hacer absolutamente nada.

Vi a esas personas enfrentar miedos, llenarse de amor, gritar, llorar…

También pude apreciar el movimiento energético que provoca la medicina y cómo va cambiando en las diferentes fases de la ceremonia. 

Fue una experiencia hermosa, pero al final, prevaleció mi tristeza sin saber cuándo o con qué podría experimentar mi ansiada catarsis. 

Con ayuda de la autohipnosis, pude transformar muchas de mis emociones además de sanar recuerdos y lastres del pasado. Pero no conseguía esa experiencia trascendental que andaba buscando sin descanso.

Un par de años después, la misma amiga me llevó a una toma de ayahuasca con un reconocido facilitador que estaba de paso por Colombia. Podría decir que se repitió la experiencia, esta vez sin humo ni misticismo, en una especie de casa rural con un ambiente mucho más cuidado, pero con el mismo resultado. De igual manera se me recomendó no participar en la ceremonia y buscar otras vías para hallar respuestas. Salí de allí totalmente decepcionada y frustrada, me sentí abandonada por el universo.

Pero como la catarsis sucede sin buscar, ese mismo año falleció mi Papá oruga, tema que abordaré detalladamente en otro capítulo, solo puedo decir para que me entiendas que la nuestra fue una relación de ausencia, búsqueda, rechazo, amor y desamor. Fue una gran prueba de la vida ver al hombre que era, consumirse hasta los huesos delante de mis ojos. Esta experiencia con la muerte de un ser tan amado me permitió ver mi fortaleza y mi poder; por supuesto que transformó mi vida, todo ese dolor se convirtió en fuerza, aprendí tanto sobre mí, sobre mis dones que la vida me encaminó hacia las terapias como médium. Sin embargo, no me reveló lo que deseaba mi corazón. pertenecer, sentirme parte de algo, encontrar mi lugar en este mundo extraño para mí. Podría decir que esa pérdida me hizo sentir aún más desarraigo. 

Desde entonces no cesé en la búsqueda mediante distintas clases de meditación, respiración y todo tipo de prácticas místicas, holísticas, psicológicas … para encontrar un lugar dentro o fuera de mí que me permitiera sentirme parte de algo. Uno de los temas a sanar con la muerte de papá, fue siempre el poco amor propio que tenía desde pequeña y cómo se refleja eso en mis relaciones. Siento que mi historia en el amor ha sido siempre la misma búsqueda de pertenecer, de sentirme ser parte de alguien o de algo, y en ese afán, he tomado malas decisiones. 

Volví a España en 2019 a los brazos de mi ex pareja, pensando equivocadamente que formar un hogar con alguien me daría por fin el lugar a dónde pertenecer. La vida no nos da lo que queremos, nos da lo que necesitamos, y yo necesitaba comprender cómo nace el amor propio.

Tras perderme a mí misma en la unión con él, llegó la famosa pandemia a encerrarme en mi casa con alguien que no me amaba, sacó a la luz mi falta de amor propio, mi peor versión algunos momentos. Las circunstancias no solo acabaron con nuestro vínculo, también con todo rastro de la persona que yo creía ser; las meditaciones se volvieron profundas y largas, apenas vivía en la realidad. Comprendí que me había desvivido en cada relación por hacer feliz a alguien más, que había renunciado una y otra vez a cada cosa que construía, perdida en los caprichos ajenos; no podía sentirme mía, porque no me había conocido con toda sinceridad. Ni siquiera canalizando o haciendo terapias, lo cual amaba hacer. No canalizaba para mí misma, no lo lograba y nunca insistí, por miedo a saltarme una regla que me enseñaron: “los dones eran para el servicio de los demás”. Me di a todo lo que estaba fuera de mí hasta sentirme sin nada más qué dar. Fue tan doloroso como esclarecedor, sabía que, aunque llevaba tiempo trabajando mi amor propio, yo misma había renunciado a él y no tenía idea de por dónde comenzar a reconstruirlo.

Sé que en este punto y en sus propias circunstancias muchos se sentirán identificados, porque el desamor propio es el mal más común y dañino que conozco. Todos alguna vez nos hemos centrado en un proyecto externo, o en arreglarle la vida a los demás para no estar presente en nuestra propia problemática; quizás hemos sentido un enamoramiento voraz que consumía todo y hemos renunciado a hacer cosas que nos gustaban, a ver a personas que nos querían o todas las anteriores y mucho más. No hay nada que distraiga tanto como la necesidad de solucionar el dolor ajeno, o llenar los huecos emocionales de quien deseamos que nos ame.

Tras el fin de la cuarentena y la necesidad de un nuevo lugar para vivir, una pareja amiga con el corazón más hermoso que he conocido, me ofreció alquilar una habitación. 

Así pues, me dispuse a reconstruirme sin tener idea de cómo afrontarlo. Pero con la fortuna de mi parte ya que quien me recibía, Amanda, estaba dispuesta a ayudarme a buscar la forma de recobrar mis fuerzas. 

Casi sin darnos cuenta comenzamos una amistad que fue haciéndose más fuerte con el pasar de los días. Ella me quería incondicionalmente y buscaba mi compañía sin esperar que ocurriera nada, que le diera nada, sin pretender cambiarme, sin juzgarme, era completamente distinto a todo lo anterior. Al principio hablábamos por horas, desahogándonos cada una de nuestras tristezas, pero pronto comenzamos a sentir la inquietud que surge una vez que ya has llorado todo lo que había dentro. ¿Y ahora qué?

Comenzamos a compartir prácticas de Yoga, las conversaciones pasaron de lamentos a explorar las enseñanzas y el para qué de cada vivencia; cada actividad se enfocaba en sanar. También contábamos con la continua compañía que nos hacía mi hermano por videollamada, que nos iba compartiendo su propio proceso de encontrarse a sí mismo. Justo en esa época él tuvo una revelación que comenzó a cambiar su forma de pensar y actuar, pero sobre todo de comunicarse. Nos contó su experiencia en un encuentro con los psicodélicos, específicamente con una cepa de hongos. Al principio lo pasamos por alto como algo que estaba viviendo en su búsqueda, pero al ver su cambio tan drástico, sentí que también debía abrirme a esa vía. 

Conseguí un kit para cultivarlos en casa. Comencé a cuidar de ese cultivo cada día con mucho amor; siempre he creído que la intención es poderosa, así que todos los días trataba de transmitir al cultivo toda mi intención de explorar y conocer mi interior. Amanda veía cómo con paciencia y tiempo estos pequeños, hermosos y dorados hongos iban apareciendo; emocionada, decidió participar de este viaje que empezaba por ejercitar la paciencia de verlos crecer, cosechar, reactivar y poner a secar los que iban saliendo para posteriormente consumirlos el día que nos sintiéramos listas para ello. No sé si hablarles transmitiéndoles la intención para la que fueron sembrados tenga que ver en el éxito del experimento, pero desde luego salió más del doble de lo que se preveía en la cosecha final. Yo sentía que habían crecido ya con un propósito y que existían para abrirme esa vía de exploración hacia lo más profundo de mi ser. 

Tras conversarlo, decidimos una fecha en la que estaríamos casi solas y en la que Junior, el hermano de Amanda, también pudiera estar para cuidarnos durante la toma, puesto que no sabíamos muy bien a qué atenernos. 

Decidimos empezar por una dosis media/baja como toma de contacto, lo primero que me llamó la atención es la dulzura con la que entras en el estado alterado, ya que, a diferencia de las medicinas anteriormente mencionadas, no había una purga previa, solo un poco de incomodidad estomacal mientras te habitúas a ella. Es decir, no hubo vómitos ni diarreas, ni nada parecido, la purga fue más emocional. Al principio tenía muchas ganas de llorar, me parecía casi increíble que aún tuviese algo que llorar con la cantidad de lágrimas que habían caído de mis ojos los últimos meses. Lo siguiente que llamó mi atención es que, a pesar de que la gente habla de un efecto alucinógeno, no veía nada que no existiera, las paredes eran paredes, no había nada adicional. Lo más impresionante visualmente tal vez, es que puedes ver la famosa geometría sagrada, ver las líneas energéticas que nos conforman y entender que casi todo a nuestro alrededor tiene vida, por ejemplo, veía y sentía respirar todas las puertas de la casa hechas de madera. 

Durante la primera fase que llamaré la fase incómoda, donde no me encontraba agradable dentro de mi piel y no sabía en qué posición ponerme, o cómo sentarme; comencé a percibir que la sudadera que tenía puesta que había sido de mi padre cuando aún vivía, me pesaba mucho, no me dejaba respirar bien, sentía como si me aplastara con un gran abrazo nada agradable. No sabíamos qué hacer con eso por lo que llamamos a mi hermano, a lo que él rápidamente respondió: “lo que más pesa siempre es la culpa”.

La respuesta hizo que entrara en análisis de mis sentimientos hacia mi papa Oruga. Al centrar mi atención en ello, me di cuenta que aun sentía que no había hecho suficiente para acompañarlo hasta el final en su proceso de enfermedad y muerte, cosa que no es verdad, pero en ocasiones sentimos que, si hubiéramos dado más, las cosas habrían sido diferentes. Teniendo conciencia de que el “hubiera” no existe, y que en realidad di todo lo que yo tenía en mi capacidad, aunque quisiera que hubiera sido mucho más. Comencé a respirar soplando la culpa, pidiéndole perdón si el sentía que había fallado y eligiéndome a mí por encima de él y de todo, cosa que nunca antes había hecho. El peso fue desapareciendo progresivamente hasta sentirme liviana. 

Una vez el tema de mi padre desapareció, vino a mí otro tipo de incomodidad. Al cerrar los ojos veía a alguien dentro de mí que estaba sufriendo mucho, como si mi cuerpo fuera su cárcel. Esto me confundió sobremanera, mi hermano no tenía respuestas, pero hizo la pregunta clave: “¿es una persona aparte de ti o eres tú misma?”

Por un momento pensé que había cometido un gran error, ahora no solo no pertenecía a nada ni a nadie, sino que además era una cárcel para alguien más. ¿Qué hacía ese ser ahí? no se veía como un ser humano ni tampoco podría definirlo físicamente, lo sentía inmenso, cansado de estar en este diminuto espacio que conforma mi cuerpo físico. 

Una vez esta fase desapareció, pude sentarme tranquila y analizar con más calma todo lo que sentía; pude apreciar todas las cosas hermosas que me rodeaban, sentí mucho amor por el proceso y comprendí que ese día no tendría todas las respuestas. Pensé que al ser una dosis baja no estaba llegando a profundizar más allá de las sensaciones que ya había tenido. me relaje viendo luces de colores que nos había puesto Junior y en compañía de ambos terminamos la experiencia dando gracias y simplemente observando cómo se veía todo en ese estado. En una mezcla de calma y curiosidad.

Esa primera experiencia me sirvió para quitar el miedo y los prejuicios que podían quedarme acerca de este tipo de sustancias. Hicimos un par de tomas más con dosis bajas, siempre sentí lo mismo, pero poco a poco me fui dando cuenta que ese ser dentro de mí, era mi propia esencia, era yo misma, la parte que no es física que está limitada por esta forma física y la incapacidad de reconectar conmigo. Estaba tan desconectada de mí, que me percibía como un ser ajeno. 

Afortunadamente, después de hablarlo con otras dos personas con las que compartíamos nuestro tiempo y experiencias, decidimos hacer una toma los cuatro juntos en enero de 2021, esta vez con una dosis completa y dispuestos a entregarnos al proceso. Cada uno tuvo viajes diferentes e interesantes, pero contaré solo el mío para no exponer los procesos de mis compañeros de travesía. 

Entré en la fase incomoda, más incomoda que nunca. Quería asumir a ese ser que percibía ajeno, pero no sabía cómo; sentía que no cabía en mi cuerpo, que, ocupaba todo el espacio, por lo que decidí apartarme del grupo. Notaba que no encajaba allí mientras ellos veían en la TV figuras psicodélicas que buscaron por internet, esta, además de la música que acompañaba las imágenes, emitía un sonido que me parecía eléctrico, muy desagradable. Necesitaba silencio, fui al baño e hice lo que todo el mundo te recomienda que no hagas, me miré al espejo. Allí, delante de ese reflejo le pedí a mi ser interior que se mostrara, que actuara, que me dejara verlo, me pregunté en voz alta:

— ¿Qué es lo que quieres en verdad? -la respuesta no demoró en llegar:

— Quiero pertenecerme, quiero saber qué soy.

De inmediato sentí la necesidad de quitarme toda la ropa, sin dejar de fijarme en el espejo, podía ver a través de cada grieta que en realidad eran estrías, sobre todo a través de mis ojos a ese ser de colores púrpuras, aguamarina, y dorado.  Una vez me sentí confiada, la deje salir, no sé muy bien como describir esto, pero digamos que ella tomó el control, manteníamos una conversación como si fuéramos dos personas, sabiendo en todo momento que éramos una. Contemplándome en el espejo pronuncié el nombre de “Naamar” (el nombre espiritual que se me dio en canalización). Ella necesitaba expandirse, así que decidí vestirme y abrigarme para que mi cuerpo físico no sufriera, aunque no tenía frio y salí al balcón. Inmediatamente sentí mi alma explotar y fundirse con todo. Había nevado mucho ofreciéndose un paisaje invernal precioso ante mis ojos. Sentí que yo era el hielo, el viento, el cielo, el árbol de enfrente, mis compañeros, la gata y hasta la manta, yo era parte de todo. Por primera vez en mi vida sentí el calor interno de pertenecer. Me invadió el amor, no sabría cómo poner en palabras el amor inmenso que sentí, la paz absoluta de ser dueña y parte de mí misma, del universo. Estuve jugando por horas en el balcón con el hielo que había quedado en la barandilla, mis manos no se enrojecían, la nieve no se derretía, lo que hacía más real la sensación de formar parte de ello. 

Después de esa experiencia mi cabeza hizo un “clic”, reinaba la calma a pesar de cualquier circunstancia. Desarrollé la inquietud de encontrar un nuevo propósito para mi vida y seguir adelante. No sabía cuál era el siguiente paso, pero tenía la total certeza de que mi alma, Naamar, la parte de mí que no existe solo en este cuerpo, sabía el camino. 

Este fue un punto de inflexión. A partir de ahí, fui dejando la comunicación con mis guías en un segundo plano, todas mis prácticas fuera de yoga o meditación se centraban en escucharme, pero especialmente en hacerme caso. Todos los apegos que tenía, a la ciudad, a la gente e incluso a las cosas se diluyeron en las ganas de encontrar un nuevo camino donde mi ser pudiera crecer. Mi enfoque en cada práctica era volver a sentirme parte del universo, tener una comunicación fluida con Naamar, dejarme encaminar por el guión que yo elegí al encarnar, el que me lleva a mi propia evolución.

Un día primaveral a principios de mayo Amanda y yo decidimos hacer una nueva toma esta vez en un entorno natural, para cuidarnos, Junior y su pareja nos acompañaban. Encontramos un árbol a cuya sombra nos sentamos en los mat de yoga. Ellos se apartaron para no interferir, pendientes de que estuviéramos bien. Esta vez mi intención era saber cuál era mi siguiente paso y volver a sentirme conectada con el infinito ser que somos.

En esta ocasión la fase incómoda paso rápidamente, no hubo llanto ni peso, solo sentía raro el estómago hasta que mi cuerpo se acostumbró a la medicina. Tuve la fortuna de ver los mandalas que formaban los árboles y ver cómo respiraban el bosque y el césped debajo de mí, cómo la hermosa madre tierra me sostenía haciéndome sentir segura en sus brazos. 

Pasamos una tarde increíblemente bella, conectando con todos los colores y formas de la naturaleza, al caer la tarde se hizo presente una gran luna llena que parecía pintada para nosotras, de un lado el sol metiéndose entre la ciudad lejana, con sus colores cálidos, y del otro lado el bosque iluminado por la luna. Sentadas en un tronco hipnotizadas por esta, Amanda se encontraba en un debate interno sobre lo que ella necesitaba y quería. Y yo, solo miraba al cielo con unas ganas increíbles de cantarle.  Vino a mi mente la palabra “Bruja” y en mi cabeza Naamar repetía, mujer sabia, mujer sabia, mujer sabia… Todo el camino de vuelta a casa volteaba para ver la luna iluminándonos el camino. 

Creo que lo que más me ha gustado de estas experiencias es que abren la puerta al entendimiento y esto no cesa una vez la sustancia no está en el organismo, lo comprobé varias veces al poder llegar completamente sobria y mediante meditación, intención y voluntad a esa conexión conmigo misma, la tierra y los astros, como si hubiese un hilo conductor que empieza dentro de la tierra, sale atravesando mi columna continuando desde mi cabeza hasta el infinito. Comencé a pedir dirección y respuestas para mi vida en este estado, lo que nunca conseguí con canalización. Un dia limpiando mi habitación, escuché mi propia voz decirme una frase que ya había salido de mí antes, pero a la que nunca había hecho caso. “El precio de la vida que quieres, es la vida que tienes. Suéltala”. Lentamente comenzaron a llegar respuestas e instrucciones de este tipo en las que he confiado plenamente porque vienen de mí, de esa conexión con el elevado ser que soy fuera de mi cuerpo. 

Semanas más tarde en una represa cercana, Amanda y yo disfrutábamos haciendo yoga. Durante la meditación inicial me sentí conectada y pedí respuestas claras a mi situación laboral puesto que llevaba un largo tiempo sobreviviendo con trabajitos que iban saliendo, sufriendo económicamente para suplir los gastos diarios. A medida que avanzaba la práctica me iba sintiendo más ligera y calmada, en un momento durante un saludo al sol, al mirar hacia el cielo sentí cómo un rayo bajó del cielo e impactó mi cabeza atravesándome hasta los pies, caí sentada al suelo sintiendo un gozo indescriptible, las lágrimas salían a borbotones y sin imágenes ni palabras simplemente ya sabía lo que tenía que hacer. Miré a Amanda que me observaba extrañada y le dije: “Nena, me voy a vivir a Barcelona”. 

Estas respuestas “del universo” comenzaron a hacerse más fuertes, claras y mucho más frecuentes, yo simplemente me deje llevar. Así es cómo, solo un mes más tarde, estaba rumbo a Barcelona con lo que me cabía en un coche de alquiler y mi hijo de copiloto rumbo a nuevas aventuras, sin saber lo que nos esperaba, pero con la tranquilidad de sentirnos respaldados y protegidos por esa fuerza invisible que llamamos universo. 

Ha pasado un año y medio desde la última toma de hongos, ya llevo más de un año en Barcelona donde conseguí cambiar de vida radicalmente. Aun después de tanto tiempo sigo conectada, unas veces más otras menos. He logrado sentirme infinita sin el consumo de ninguna sustancia y he avanzado mucho en mis procesos personales. Creo firmemente que el consumo de hongos ha sido esencial en mi camino y en cómo uso mis dones ya no solo para ayudar a otros, sino en especial para mí misma. 

Este año me he permitido volver a empezar, mi creatividad ha despertado en todas sus formas, la pintura, la escritura y la música ahora son una constante. Dedicar tiempo a sentirme libre dentro de mi expresión artística, crear para sanar y para disfrutar se ha vuelto mi vida. Mis terapias también han cambiado, se han vuelto más selectivas y acertadas, la sensación de expansión se mantiene a lo largo del tiempo.

Te preguntarás qué impacto tuvo en Amanda. Por un tiempo también me lo pregunté, ya que sus cambios no eran tan evidentes y drásticos. Pero sí transformó mucho la forma que tenía de comunicarse con su esposo además de su manera de ver la vida y sus propias limitaciones. Creo que lo más impactante, es que ella deseaba hacía tiempo ser madre, sin entrar mucho en detalles, tenía dificultades físicas que le impedían quedar en embarazo. Siento que esa última toma en la naturaleza creadora y ese debate interno que tenía, estaba dirigido a tomar decisiones en su relación de pareja y en cómo tratarse a sí misma. Solo un par de meses más tarde, me llamó llena de emociones para contarme que su primer y tan deseado hijo estaba por fin en camino. 

Me fascina la capacidad de esta medicina para adaptarse a los diferentes procesos. Todos lo vivimos de formas distintas, pero llegamos a donde necesitamos estar para convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos. Porque como decía antes, lo que más importa en el proceso, es la intención. 

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2 Responses

  1. Danny admiro que tienes una capacidad de expresar y describir las palabras exactas. La experiencia como la describes se vuelve atractiva, dan ganas de sentir las reacciones de todo el ser en lo físico y en lo emocional. Muy importante, ser discreto en las dosis y acompañarse de alguien. Este tema es para investigarlo más La mente es tan extensa que permitiría percibir las sensaciones en el cuerpo y en el alma. Como dijo el primer Chaman, los otros buscamos experimentar lo que para ti ya es cotidiano. Gracias Danny

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