Ticatriz se había convertido en parte de mi cotidianidad, los años pasaban y ella permanecía, iba conmigo a todas partes, y todos los adultos que conocía me preguntaban por ella, les parecía divertido o curioso así que de alguna forma la alimentaban, parecía que cuanto más se hablaba de ella más claramente podía verla y, hasta en circunstancias extremas, sentirla.
Con el pasar de los años percibí que yo crecía, pero ella no, nunca cambiaba, tenía la misma ropa y el mismo aspecto y parecía tener la misma edad. La recuerdo con mucho detalle, siempre estaba mojada y su pelo escurría, se mantenía pálida con un vestido oscuro que no era propio de esa época y su una mirada estaba llena de toda la luz que su rostro no reflejaba. Sobresalía del vestido den la parte izquierda de su pecho la piel morada, como si hubiese sufrido un golpe del que nunca hablaba. Lucía zapatos charolados que hacían un ruido gracioso al caminar ya que también estaban mojados. Siempre llevaba una gran canica de colores traslucidos de tamaño extra grande que, hacía rodar por toda mi habitación, y algunas más pequeñas que llevaba en una bolsita blanca atada a su vestido
Pero más curioso que su aspecto y la falta de efecto del paso del tiempo eran las cosas que decía. Muchas veces entraba en la habitación diciéndome “ponte doble pantalón, papá viene borracho a pegarte.” Y yo no sabía cómo lo sabía porque papá aún no llegaba, pero siempre acertaba, me avisaba cuando él viajaba y cuando mamá lloraba, incluso una vez me advirtió de la presencia de ladrones en la casa, dándome instrucciones para proteger a mi hermanito recién nacido. En otra ocasión mucho más adelante, hizo que me sentara para contarme algo muy importante. Me dijo que mis padres iban a divorciarse en poco tiempo y que las cosas iban a cambiar mucho en casa. Cuando tuve oportunidad le pregunté a mamá por qué iban a divorciarse, y ella comenzó a llorar un poco asustada, sin saber muy bien qué responderme ya que ella ya había tomado esa decisión en consideración, pero nunca había hablado de ello ni siquiera con papá, me preguntó cómo lo sabía y le conteste la verdad . “Ticatriz me lo dijo.”. Mamá me explicó que no debía saber eso aun y que todavía no pasaría. En consecuencia, al día siguiente tuve una extraña cita con la psicóloga de la iglesia que lo único que dejó en claro en mi cabeza es que yo tenía un demonio dentro de mí y que tenía que renunciar a él.
Mi año número cinco estuvo plagado de estas charlas interminables proveniente de numerosas personas. Algunas creían que tenía una enfermedad psiquiátrica, pues ya que unido al fenómeno de los amigos imaginarios había un montón de otras anécdotas paranormales y anormales –que ya iré contando en otro momento–, como mi fobia por las vírgenes (sí, cualquier representación de la Virgen) y las figuras religiosas que afloraron a esa edad, o como los inexplicables movimientos de objetos inertes. Otras personas creían que estaba endemoniada, muchas de las cuales eran pastores cristianos o sacerdotes en la parroquia de Santa Ana, en Bogotá, a la que me llevaba mi abuela a escondidas de mis padres.
Por momentos me planteaba creerles, cada vez más me iban convenciendo de que algo iba mal conmigo. Sin embargo, yo quería profundamente a Ticatriz porque en la soledad de mi niñez ella me cuidaba y era la única persona que yo sentía que realmente se preocupaba por mí. Alargué todo lo que pude nuestra amistad aun creyendo que ella era una de las fuentes de mi creciente locura.
Para cuando cumplí seis años, estaba completamente convencida de estar loca y de que Ticatriz no era real, tenía más o menos la misma edad que siempre había mostrado Ticatriz, incluso ya podía verla de frente sin necesidad de levantar la cabeza. Mamá me había comunicado que me llevaría a ver a una persona que me iba a ayudar con mi “problema,”, y después de una cita con la psicóloga me llevo a un culto que hacían especialmente para niños ese día en su iglesia.
Al entrar en ese culto todo se volvió gris, veía unas manchas deformes pasear por encima de la gente que cantaba y gritaba, sentía mucho miedo y opresión en mi pecho.
Después de oír una prédica interminable sobre el cielo y el infierno, de la cual no creía ni una palabra, hicieron pasar a todos los niños delante del altar donde estaba el predicador. Él comenzó a orar, lo primero que vi es que al levantar sus manos estas manchas voladoras arremetían contra la gente y ellas caían al suelo. Luego comenzó a orar por cada uno de los niños posando su mano en la cabeza de cada niño y las manchas entraban en ellos, los niños lloraban y al decir la palabra “libre” salían de ellos, algunos se caían y otros no. Cuando llego a mí, miré a mamá y con mi cabeza le decía “no por favor,” ella estaba justo delante de mí y me dijo “sólo van a orar por ti”. Vi la mancha acercarse hasta parecer una sombra sólida oscura, entró por mi coronilla y mi cuerpo comenzó a temblar sin control. Sentía una carga inmensa y mucha rabia, dolor y frío. Cuando el predicador quito la mano de mi cabeza sentí como un remolino salía de mi interior, fui corriendo a abrazar a mamá y por un breve instante sentí alivio. Veía a todos sonreír mientras salíamos, pero yo no sentía alegría. Al salir a la calle me di cuenta que algo había cambiado, fuera de la iglesia ahora todo era gris, mis ideas cambiaban con sensaciones de ira, ya no había dudas dentro de mí, estaba loca y tenía que acabar con Ticatriz.
Al salir de allí, fuimos a comer con toda la familia, estaban mis primos de Pereira de visita así que éramos muchas personas en la mesa de mi abuela ,y eso solía encantarme, pero ese día no sentía nada, solo miedo, no había alegría ni satisfacción ni olores ni sonidos, era como un inmenso vacío gris.
Terminando de comer me di cuenta que no había visto a Ticatriz en ningún momento desde que salí de la iglesia. Subí con mis primos y mi hermanito a ver televisión al estudio que era una habitación enorme cuyas paredes eran bibliotecas llenas de libros de todas las épocas y para todas las edades del suelo al techo. Me sentía aburrida y abrumada por la sensación de pesadez. Fui al baño y en el camino había un sofá en una sala de estar, allí vi sentada a Ticatriz mirando al suelo. Me senté a su lado y le pregunté dónde había estado, ella me miro y me dijo “¿tienes algo que decirme verdad?” Sentí un dolor agudo en mi pecho, era hora de despedirse.
Le expliqué como pude que ella era producto de mi imaginación y que, así como la había creado, debía hacerla desaparecer. Intenté abrazarla y la sentí físicamente, la apreté muy fuerte entre mis brazos y en algunos segundos, se desvaneció dejando un humo de colores que fue desapareciendo lentamente.
Luego de ir al baño y lavarme la cara llena de lágrimas, fui al estudio y me dispuse a encontrar un libro para colorear, estaba cansada del color gris que tenía todo, (todo menos el humo que dejo Ticatriz).
Una sección de la enorme biblioteca tenia libros para niños desde la época en que mamá era niña hasta libros comprados para mi hermanito que para ese entonces ya tenía 3 años. Me llamó la atención uno muy viejo con los bordes roídos por el tiempo, había tantos que costaba sacar uno solo, había que tirar muy fuerte de él. Cuando por fin pude sacarlo de un tirón salió volando una fotografía antigua que estaba entre dos libros y , cayó en el regazo de mi primo David que veía la televisión sentado en el sofá. La vio sorprendido. Recuerdo sus palabras con toda claridad. –“mira, esta es Ana Milena, nuestra tía, murió hace mucho tiempo cuando era pequeña y la abuelita se puso tan triste que nadie habla de ella” – Y era cierto que nunca había oído ese nombre antes, me senté a su lado mientras él me contaba la historia, él siempre sabía cosas que a mí no me contaban. Me dio la foto para que la viera y entonces una punzada me atravesó el pecho de lado a lado. ¡Era ella! ¡Era real! ¡Ticatriz era mi tía Ana Milena! Quedé paralizada y confundida admirando la hermosa foto antigua con bordes ondulados mientras David me contaba que había muerto en una piscina, que nadie sabía muy bien que había pasado y que había muerto a la edad aproximada que yo tenía.
Vivir esa experiencia fue una de las cosas más confusas, emocionantes y miedosas de mi vida, ya no sabía si estaba loca o no, pero tenía mucho miedo de averiguarlo,. Así que volví al baño y en voz alta hablando al aire le dije que sabía quién era, y que no quería verla más porque tenía mucho miedo, pero que no me abandonara, que podía estar conmigo sin aparecer ante mis ojos. El humo de colores me rodeó un segundo y luego desapareció. En ningún momento de mi niñez intenté hablar de que Ana Milena era Ticatriz por miedo a que me volvieran a llevar donde el pastor y sus sombras.
Durante algún tiempo todo siguió gris, incluso los lápices de colores tenían un tono opaco. Pero poco a poco y a medida que iba dudando de mi locura, más que de mi cordura, los colores volvieron a brillar…
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