Mi hermano Camilo y mi tía Ticatriz o más bien Ana Milena, me enseñaron que la reencarnación era real. Tener esa certeza reducía el miedo natural a la muerte, sabía que después había más vida

Definitivamente soltar los miedos nos vuelve poderosos, nos permite vivir con plenitud y disfrutar al máximo todas las experiencias. Tras aceptar esa nueva realidad y dejar de ver a Ticatriz, comencé a sentirme diferente, pero me encontraba de nuevo muy sola. Era una niña, aún tenía miedo de ver aparecer a cualquier ser no corpóreo; aunque lo amara como lo hacía con ella, sabía que era un ser que había fallecido y eso por supuesto me inquietaba, no dejaba de ser una niña de ocho años.

En unas vacaciones donde mis abuelos maternos, en el famoso estudio con todas sus paredes llenas de libros abrí el sofá cama y pedí que me permitieran dormir allí por unos días, había una gran televisión antigua, estaban presentando un maratón de uno de mis programas favoritos en esa época. Eran vacaciones así que mamá no le vio problema y me ayudó a tender el sofá para abrigarme en las noches. Me sentía valiente por dormir sola y muy entusiasmada por quedarme despierta hasta tarde.

Esa primera noche me armé de valor y desistí de mi idea de construir un fuerte de almohadas para “protegerme”, “ya era una niña grande”. Me estaba quedando dormida viendo el programa cuando sentí una fuerte presencia. Sentía que me miraban desde la puerta. Me arrepentí inmediatamente de no haber hecho mi fuerte de almohadas, sabía que debía enfrentarlo sola. Temblando me senté en la cama casi sin mirar hacia la puerta, temiendo lo que encontraría. Frente a mí había un niño pequeño, con cara sonriente, ojos azules que brillaban como si tuviesen luz propia y una agradable y familiar apariencia. Se quedó allí en la puerta mirándome durante unos segundos y desapareció dejando un olor perfumado como a las lociones para bebés.

A pesar de que no fue un encuentro desagradable, me invadía la confusión y la necesidad de protección. De un salto llegué al interruptor, encendí las luces y me puse a construir el fuerte para dormir dentro de él.

Los días pasaron y este visitante aparecía cada vez con más frecuencia, nunca interactuaba conmigo solo hacia un extraño silbido soplando hacia dentro para luego desaparecer. Al describirlo decía que se parecía mucho a mi papá, pero en las fotos de niño.

Él siempre se enfadaba con estas cosas, pero esta era una de las pocas que necesitaba contarle a pesar de las consecuencias que pudiera traerme. En esa época era muy violento y me producía mucho más miedo que cualquier experiencia paranormal. Recuerdo que el día que decidí contárselo el niño apareció antes de entrar a la habitación donde estaba mi padre, comenzó a silbar muy fuerte de esa forma peculiar sorbiendo el aire, pero sin desaparecer, entró conmigo y se puso detrás de el sin dejar de hacer ese sonido. Con más razón se lo conté, mientras le hablaba tuve la oportunidad de comparar sus facciones y de comprobar que efectivamente eran dos gotas de agua idénticas de diferente edad. No me dejó, abrió su mano con fuerza y me abofeteó haciendo que mi cara girara bruscamente y salió de la habitación gritando “lo que está quieto se deja quieto carajo”.  Aun lloro al escribir estas cosas sobre él, porque mi amor por papá era mucho más fuerte que su maltrato, que su mal genio o que cualquier otra cosa. El dolor en mi pecho era constante cuando estaba cerca, lo amaba con la misma fuerza que lo quería lejos. Sentimientos muy complicados para una niña tan pequeña.

Me arrodille en el suelo llorando hasta que el dolor en el pecho me permitió respirar mejor y al levantar la vista el niño estaba allí, mirándome sin su sonrisa característica. 

Por momentos mi mundo volvía a ser gris y opaco. Con el tiempo me di cuenta de que cada aparición de este niño provocaba un daño en mí. Apareció antes de que papá me pegara ese día, pero muchos otros cuando papá llegaba con estado alterado por sustancias psicoactivas que consumía frecuentemente, este niño silbaba y papa descargaba toda su ira contra mí. También una vez antes de rodar por las escaleras, antes de una pelea con mamá, antes de que mis primos me hicieran alguna maldad, antes de un balonazo en la cara en un partido en el colegio. Comencé a temer sus visitas y trataba de hablar con él, pero jamás decía una sola palabra. Incluso después de que papá nos abandonara, seguía apareciendo y cada vez se parecían más. 

De nuevo en casa de mis abuelos en otras vacaciones, vinieron mis primos de Pereira, David quien me revelo la historia de mi tía Ana Milena y Jacobo que me llevaba un año, al que yo consideraba mi héroe; siempre me había protegido; a pesar de que vivíamos en ciudades distintas, al volver a vernos parecía no haber pasado el tiempo, permanecía de buen humor jugando con mi hermano y conmigo,  me escuchaba con atención,  nunca pensó que estuviera loca; aunque no veía las mismas cosas que yo, vivía experiencias paranormales frecuentemente. Un día comentó que quizás el niño no provocaba las cosas malas que sucedían a continuación, si no que más bien avisaba para intentar prevenirlas. Esa duda me acompañó por años hasta que dejé de verlo durante mi adolescencia. 

Años después, en el verano de 2010, estaba en la juguetería Toys´r´us en un centro comercial en Vitoria. Mi hijo estaba a punto de cumplir cuatro años. Estábamos curioseando juegos didácticos, le solté la mano por unos instantes y él se perdió. Fueron tal vez los quince minutos más aterradores de toda mi vida, los empleados de la tienda custodiaban las puertas y se movilizaban para buscarlo. Finalmente lo encontré entre unos peluches de talla gigante sentado en el regazo de un oso. Lo abrace muy fuerte secándome las lágrimas, le agradecí a los empleados y me lo lleve a comer helado. Una vez sentado a la mesa con su carita llena de chocolate, le pedí que nunca más se volviera a alejar de mí. Intenté transmitirle el pánico que sentí y que no sabría que hacer sin él en mi vida. Se me salían las lágrimas solo de pensarlo. Me miró con una sonrisa, con sus manos llenas de helado tomo mi cara como si fuera un hombre adulto y dijo:
– Mamá, no sé por qué tienes miedo si yo siempre te he estado cuidando, desde que eras pequeña como yo. Sonrió de esa manera amable que supe reconocer en mis recuerdos. 

mi hijo en 2010 días antes de lo que cuento en este relato.

Con mi corazón desbocado lo abracé muy fuerte, no me importaba mancharme la ropa, sabía que él me había elegido como mamá, tenía la certeza de que había estado conmigo toda la vida. Me sentí acompañada y amada. Comprendí en esa frase, que Jacobo tenía razón, era un guía tratando de evitar mi dolor en la vida. Nunca estuve sola.


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