Tenía unos seis años cuando papá y mamá decidieron vivir una temporada en la ciudad de Pereira/Colombia donde mi madre tiene una parte de su familia. Mientras ellos trabajaban yo solía pasar mucho tiempo en la librería de mi tía abuela Tere, como lo hacía mamá cuando era pequeña. Era una mujer empoderada, de carácter fuerte, soltera empedernida y muy culta. Elegía un libro y me sentaba en las escaleras a leerlo la tarde entera; al terminar la jornada muchos días me llevaba a su casa y sacaba blogs de dibujo de papel amarillo, sabía cómo entretenerme. Pero lo que más me entretenía en su casa era un viejo cuadro impresionista de unas bailarinas de ballet que colgaba en la pared de la habitación de invitados. Me producía miedo, pero no podía parar de mirarlo, era hipnótico.

Cuando regresamos a vivir a Bogotá no volví a pensar en el cuadro,aunque a veces lo veía en sueños; a quien sí recordaba mucho era a Tere. Para mi pesar ella no vivió muchos años más y aunque sabía que la muerte no era el final por la experiencia con “Ticatriz”, no podía evitar sentir un vacío en mi estómago. Mi familia repartió sus pertenencias de forma que todos tuviéramos algún recuerdo. A mí me dieron una pulserita de plata con formas de girasoles que a día de hoy guardo con todo mi cariño. El cuadro impresionista lo heredo mamá, y no tuvo mejor idea que colgarlo en el cabecero de mi cama. Me pareció un detalle lindo ya que el tiempo vivido en Pereira había sido muy difícil en lo personal, y ella representó para mí un gran apoyo y ejemplo.

Desde el minuto uno en que me detuve a ver el cuadro con esa nueva luz de la habitación, mi actitud comenzó a cambiar. Llegaba de estudiar, me ponía cómoda y me acostaba con los pies en el cabecero de la cama, viendo cómo las bailarinas salían de la pintura y cada vez había más. Me consumía no solo el tiempo, sino también la mente. Yo siempre he sido la
reina del despiste, tengo tanto que ver energéticamente que en general cuesta prestar atención a una sola cosa. Pero desde que colgaron el cuadro encima de mi cama, mamá comenzó a llamarme “la niña en la luna”, me costaba sostener una conversación o terminar una tarea, me distraía con mucha facilidad, dormir bien era casi imposible ya que soñaba con las bailarinas a mi alrededor. La sensación de miedo y la fascinación con sus colores y su movimiento crecía a la par con el paso de los días.

Muchas veces tenía esta conversación con mamá, normalmente ella siempre cambiaba el tema con este tipo de historias, pero con este en especial me escuchaba atenta y resoplaba, sin darme una solución, ya que yo tampoco pedía que se lo llevara. Un día invitó a unas amigas a casa, una de ellas nunca había entrado y mamá como buena anfitriona le dio un tour por las habitaciones; cuando llegó a la mía, la amiga se quedó viendo el cuadro un momento y luego sin
ningún miedo a equivocarse aseguró que estaba encantado.

Meya (mejor amiga de mamá en esa época) estaba allí también. Ella y sus hijos iban a quemar algunas cosas de su pasado en la chimenea de su casa ese fin de semana. Cuál fue mi sorpresa cuando le pidió ir y quemar el cuadro también. Fue la primera vez que la vi realmente convencida de que en algo yo podía tener razón. Me enfadaba un poco el tener que desprenderme de él, pero en el fondo sabía que me tenía cautivada de una forma que Tere jamás querría para mí.

Ese fin de semana le quitó el marco y lo puso con el montón de fotos y objetos que habíamos ayudado a Meya a escoger para quemar. El cuadro fue lo último que metimos en el fuego, dejamos que todo lo demás se quemara primero.

Finalmente llegó la hora, mamá y yo lo metimos en la chimenea, pasados unos minutos nos dimos cuenta de que no se consumía, podíamos ver a las bailarinas danzando entre las llamas; el fuego comenzó a crepitar y hacía un alarmante sonido muy parecido al grito de una mujer que nunca antes habíamos escuchado; cuanto más ardía mas parecía un grito de mujer. Nadie hacía nada, permanecíamos inmóviles escuchando aterrados y viéndonos unos a otros. Antes de comenzar a consumirse, el cuadro expulsó un líquido rojo (parecido a la sangre) que escurría desfigurando a las
bailarinas. En medio del silencio mamá y Meya comenzaron a orar y reprender como su iglesia cristiana les había enseñado. Cuando el fuego ganó la batalla el grito cesó, y todos nos quedamos sin inmutar palabra mirando fijamente las llamas. En el momento de más calma, una bola de ardiente salió disparada contra la pared opuesta a la chimenea dándonos un gran susto. Por suerte nadie salió herido, pero el miedo movió a los niños a unirnos a nuestras madres en la oración. Me sentía incomoda reprendiendo, así que no lo hacía y solo pedía protección.

Después de ese día, pude retomar mi vida normal y poco a poco mejorar mi concentración. Nunca supimos a qué se debía el “hechizo” del cuadro, ni si Tere sabía lo que pasaba con él ya que ella solía coleccionar cuadros de ese tipo.

Antes de escribir sobre temas que involucran a otros, suelo comentarlo con ellos para ver cómo lo recuerdan. Mamá me confesó que sabía que algo no iba bien con el cuadro desde el principio y describió las mismas sensaciones y visiones que yo. Cuenta que, entre sus seis a ocho años, también pasaba mucho tiempo en casa de su tía Tere admirando el cuadro. Ahora veo que el velo religioso en sus ojos era solo parcial y tenía miedo de revelarse contra lo que se le había impuesto y a lo que había decidido dedicar su vida, pero no era del todo ajena a los sucesos que yo vivía. Mis quejas ante lo que me sucedía y su experiencia de niña la preocupaban, pero no sabía que hacer al respecto hasta que escuchó a su amiga hablar sobre el “encantamiento” del cuadro, lo que le ayudó a tomar la decisión de quemarlo. Mamá ya no tiene ese velo, tomó mucho tiempo que viera más allá, que derribara todo paradigma y desaprendiera lo que le habían enseñado para que me entendiera y poder cultivar una relación entre nosotras; de hecho, ahora es quien me ayuda a corregir todo lo que escribo.

Me costó más de una semana escribir este artículo, lo normal es que tarde unas horas o como mucho un par de días. Pasé más de doce horas buscando el cuadro en internet, pero no lo encontré o tal vez no lo reconocí. Volví a entrar en su embrujo solo con su recuerdo, ha sido una semana muy larga tratando de hacer que las palabras encajen. Luego inexplicablemente se
borró el archivo y tuve que empezar de nuevo. Supongo que un poco de todo eso aún queda en mí.

Para ponerle fin a este articulo después de tanto esfuerzo quiero dedicarlo a la memoria de mi tía abuela Tere Rego. Quien con mucha paciencia y amor buscó la forma de hacer que me gustara comer y salvó mi vida en esa corta temporada que hizo las veces de nana.
Gracias infinitas, te recuerdo siempre.

by Salavat Fidai
Foto de mi tía abuela Tere.

(El cuadro que elegí como portada no es el mismo que relato, pero este también estaba entre la colección de sus cuadros, tiene un efecto parecido visualmente y es del artista Salavat Fidai)

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  1. Hola Querido, me siento muy alagada por tu oferta. Me alegra que te estés cuestionando. No vamos a resolver los misterios del universo al completo pero podemos conocer la luz, sanar y entender esa red mágica en la que estamos y su funcionamiento. este mundo tiene unas normas, y no son las que nos han impuesto. hay que encontrar las instrucciones del juego para que los resultados sean mas satisfactorios. sabes que puedes escribirme al privado si necesitas algo. un abrazo.

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