La monotonía se apoderaba de mi vida, veía las clases de yoga del estudio donde trabajaba desde la puerta de cristal, deseando estar dentro.

En los entretiempos de cada clase, cuando todo estaba silencioso y quieto, me dedicaba a investigar los mensajes que me dejaban los muchos maestros que pasaban por allí, e incluso de personas que sin saberlo me empujaban a descubrir mi camino.

En una ocasión, ya pasadas las diez de la noche, todos se habían marchado, yo debía terminar de   recoger los mat (alfombras para hacer yoga) y apagar todas las luces; estaba en el baño de caballeros donde guardábamos todos los materiales de clase, cuando escuché una tos y un carraspeo de garganta en la recepción, pensé que era mi jefe apurándome para poder cerrar.

— ¡Ya voy! —Una voz gruesa de hombre que parecía sacada de la radio contestó.

— ¿A dónde vas?

Desde luego esa no era la voz de mi jefe al que apenas se le entendía una palabra por su forma de hablar. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Salí a la puerta, al ver que no había nada afuera me entro el pánico y salí corriendo escaleras abajo donde estaba mi jefe fuera del establecimiento hablando por teléfono. No le dije nada al respecto, me despedí y me fui a tomar el transporte de vuelta a casa.

Al día siguiente le conté a una compañera que trabajaba en la planta de abajo, en la recepción principal (lo que había ocurrido), ella me dijo que varios compañeros habían estado comentando que no se sentían solos en el lugar. No quise darle mucha importancia ya que pasaba mucho tiempo sola en la zona de arriba, no quería sugestionarme y terminar haciendo mal mi trabajo por miedo.

Solo pasaron un par de días, cuando comencé a escuchar el cristal de la sala de yoga como si algo lo golpeara; esta vez me encontraba revisando los baños de damas para verificar que nadie hubiera dejado olvidada ninguna pertenencia. Al salir, vi la silueta de un hombre que intentaba entrar en la sala y chocaba con el cristal, parecía rebotar en él y volver a intentarlo una y otra vez. El miedo me paralizo por algunos segundos, luego recordé que mi primer maestro, uno de los instructores de yoga, me había dicho que simplemente respirara profundo y tomara el control de lo que podía. Comencé a controlar mi respiración como me habían enseñado y una nueva valentía surgió dentro de mi ser. Me fui despacio rodeando mi escritorio con cierto cuidado de no tocar la silueta que parecía no darse cuenta de mi presencia, y seguí hasta mi silla, me senté y llamé por teléfono a recepción donde estaban las cámaras de seguridad, pero nadie contestó. Me concentré en respirar hasta que me sentí suficientemente valiente para hablar. Le pregunté si necesitaba algo, pero no hubo respuesta. La figura seguía chocando rítmicamente contra el cristal, así que traté de ponerme a un lado y abrir la puerta. La sombra nunca giró su rostro para mirarme o interactuar conmigo, al abrir solo dio un paso dentro de la sala tapizada de espejos por sus cuatro paredes y en todos los que yo podía ver la vi desaparecer con un grito ahogado que me heló hasta los huesos.

Me senté tratando de asimilar, todo estaba tranquilo, pero yo tenía un frio tremendo en el cuerpo. Al rato llegó uno de los instructores un poco antes de su hora siendo habitual en él y se sentó en frente mío para hablar, como ya era costumbre. Esta vez no articuló palabra, solo me miraba buscando mi mirada. Estaba tan incómoda con lo que había pasado que yo tampoco sabía que decir. Entonces Poniéndose de pie frente a mi escritorio, sacó una pluma grande de su bolsa y comenzó a agitarla a mi alrededor como si me estuviera abanicando con ella desde todos los ángulos que le era posible. Yo sentía un cambio en mi temperatura, me estaba recomponiendo rápidamente. Acto seguido sacó de su bolsa un ramillete de hojas de salvia blanca atado con cordel, y unos cerillos de madera, los puso encima del escritorio y sin decir absolutamente nada salió escaleras abajo. Yo no entendía lo que sucedía, pero me sentía mejor. Uno o dos minutos más tarde regresó con un plato, puso encima la salvia y le prendió fuego por un extremo. Su voz comenzó a entonar mantras que jamás había escuchado en las clases, en una bonita entonación y en sánscrito repetía una y otra vez una corta frase que me hacía vibrar por dentro casi hasta llegar al temblor físico, comenzó a abanicar la salvia con la pluma llenando de humo cada rincón del estudio y la sala de yoga, luego, rodeándome me impregnó a mí también. Nunca había sentido una sensación de limpieza energética, notaba cómo se desprendían de mí pedazos de lo que yo llamaba melaza, porque daba la sensación de que era algo pegajoso. Al terminar apagó lo que quedaba de salvia y se preparó para dar su clase.

Se respiraba un ambiente diferente, se experimentaba una paz sobrenatural, y lo que era aún mejor me sentía ligera.

La gente comenzó a llegar y el estudio pronto se convirtió en el desfile de licras y conversaciones habituales. Nada volvió a la normalidad, el ambiente era agradable y el tiempo transcurría con (mayor) rapidez. Al entrar todos en clase solo se escuchaba la voz del instructor y la música que había elegido él mismo. Me di cuenta de que el lugar parecía más luminoso, nunca me había sentido así en toda mi vida.

Al acabar la clase y terminar de salir el grupo de alumnos, me percaté de que el instructor aún no salía. Toqué el cristal de la puerta tímidamente y le escuché decir “pasa”. Estaba sentado en medio del salón en posición de loto con los ojos cerrados, me senté a su lado sin decir nada.

— Eres una gran antena que sintoniza todas las frecuencias que alcanzamos a conocer. — me dijo con voz tranquila sin abrir sus ojos.

— No entiendo—le respondí.

— No puedes elegir qué frecuencias se comunican contigo, pero si puedes elegir a quién escuchar.

— No entiendo— contesté de nuevo impaciente por una explicación.

Shshshs… solo recita conmigo niña, Om, Om, Om …

Obedecí sin pensarlo mucho. A pesar de que este mantra era común y lo escuchaba a diario con cada instructor que entraba a dar clase. De nuevo la vibración en mi cuerpo comenzó a crecer. Cada “Om” lo decía más confiada y vibrando en mi pecho y en mi cabeza haciéndome cosquillas; sentía cómo podía incluso mover esas vibraciones dentro de mí hacia donde yo quisiera. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, un poder maravilloso surgía en mi interior. Después de unos minutos, me ayudó a levantarme y se despidió. Salí a terminar labores y a arreglarme para ir a casa con una nueva sensación sobre mí misma. No entendía lo que me había dicho, pero sabía que lo iría descubriendo y el miedo se había convertido en gratitud.

Y así, una tarde cualquiera, se convirtió en el primer día del resto de mi vida.

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